Adaptar el contenido a cada generación puede marcar la diferencia entre un mensaje que impacta y uno que se pierde en el ruido. 

Conectar de verdad no se trata solo de ser escuchados; necesitamos hablar el idioma de cada audiencia. “Adaptar” va más allá de cambiar algunas palabras: se trata de entender qué les mueve, qué les preocupa, qué les hace reír o pensar. 

Así como en Latinoamérica no comunicamos la Navidad con paisajes nevados y chimeneas encendidas, tampoco le decimos a un Baby Boomer que algo es ‘muy aesthetic’. 

Cada generación tiene su propia película, y si queremos un lugar en ella, tenemos que entrar en su escena, con sus personajes y su guión. 

Nadie quiere ser el tío pesado que se la pasa en Tik Tok, pero tampoco el centennial que se pasa hablándole en un idioma desconocido a su público. 

La clave es elegir los códigos, referencias y estilos que realmente hagan clic con el público. Comprender las motivaciones y sensibilidades de cada generación y reflejarlas en mensajes que varíen en tono, estilo y formatos, pero que mantengan los valores centrales de la marca. 

Y aquí nos detenemos para que no se pierda una aclaración importante: la adaptación nunca debe sacrificar la coherencia de la marca. Encajar solo por encajar no es auténtico (y, además, todos lo notan).

Por eso es tan importante preguntarse: ¿cuál es el mensaje central que se debe mantener? ¿Qué conceptos e insights tienen la fuerza para atravesar diferentes generaciones? ¿Qué elementos pueden variar sin que se diluya la línea narrativa? 

Cuando una marca logra adaptar su comunicación sin perder su esencia, se convierte en un referente, una voz que se adapta a los tiempos y a las personas, sin dejar de ser fiel a sus valores. 

Trazar la línea de “qué sí y qué no” es, en definitiva, lograr ser un camaleón sin perderse en el camino.